SOBRE LA
VERDAD
La verdad es
“incontrovertible” cuando se puede demostrar. El principio de la verdad
asociado a la realidad es una premisa con sentido común. Ahora bien, que ocurre
cuando existen los “accidentes” que no corroboran una “verdad evidente”. Por
ejemplo: El formidable Goliat en condiciones “normales” hubiese aplastado al
débil David, pastor éste sin ninguna experiencia militar. Y todos sabemos, que
en el enfrentamiento que hubo, la astucia de David, y sobretodo, su buena
suerte y arrojo, le permitió acertar la piedra en el único punto débil de su
formidable adversario, venciéndole. O que en el clásico cuento donde ocurre la
competencia entre la veloz liebre y la lerda tortuga, ésta última terminase
venciendo contra todo pronóstico.
Nadie, en su
sano juicio, se monta en un avión porque espera que éste se caiga. Todos, o
casi todos, nos montamos en el avión a sabiendas que es un medio de transporte
bastante fiable para llegar rápido a un destino, y con todo, se puede caer.
Lo evidente
termina no siéndolo en muchos casos. El azar, la fortuna, la tyche de
los antiguos enfrentado al libre albedrio humano. Otro misterio esencial de la
existencia del que vale estar prevenidos. Y que nos lleva a las abismales
disquisiciones en torno a Dios y su disimulo respecto a un azar trágico y una
libertad sin responsabilidad ni conciencia que produce la maldad. Si Dios es la
Verdad como absoluto, nadie lo cuestiona, y mucho menos si se pone la fe por
delante. Otro asunto son las “verdades” humanas: frágiles y aleatorias.
El conocimiento
histórico ha hecho del principio de la objetividad una especie de punto de
honor. Lo que le confiere, de acuerdo a las convenciones académicas dominantes,
la precondición de cientificidad. Ahora bien: ¿Cómo puede ser un discurso
historiográfico cierto si quién lo escribe es un pecador? ¿Un hombre de carne y
hueso falible y mortal, limitado y relativo, condicionado por sus particulares
circunstancias? En el fondo: subjetivo.
Hay gente
dentro del mundo académico que se devanea los sesos tratando de llegar a la
verdad de su especialización, cuando en realidad, el propósito de la ciencia no
es la búsqueda de la verdad sino la producción de conocimiento nuevo. De lo que
se trata es de ensanchar un poco más nuestra más completa ignorancia sobre hechos
y problemas que carecen de respuesta o solución última.
Como diría
Voltaire en 1764: Las verdades históricas sólo son probabilidades.
DR. ANGEL RAFAEL LOMBARDI BOSCÁN
DIRECTOR DEL CENTRO DE ESTUDIOS
HISTORICOS DE LUZ
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