Del Guaire al Turbio
TRAFICANTES DEL DOLOR
Alicia Álamo Bartolomé
Desde hace años me producen mucha desconfianza algunas heroínas del momento, a tal punto que he llegado a renegar de la solidaridad con mis compañeras de sexo. Lo cual a muchos les gustaría llamar vergüenza de género pero yo no, en esto soy fiel seguidora de la Real Academia de la Lengua Española (RAE): no cabe este vocablo, específicamente gramatical, para reemplazar la palabra sexo.
Empiezo por referirme a la pléyade de féminas que en nuestro país ocupan altos cargos de gobierno, ¡Dios mío, qué mal lo hacen! Cada una con su propio estilo -que no tiene nada de original- van derechitas a un punto común, como gallinas a donde echan el maíz: la adulación rendida al mandamás. Se han saltado valores, principios, leyes, hasta la propia dignidad, para apoyar los desmanes y arbitrariedades criminales del orate. El maíz debe ser metálicamente bastante. ¡Qué vergüenza!
¡Y yo que soñaba, como muchas personas, con que las mujeres llegaran al poder para purificarlo, ennoblecerlo, quitándole la putrefacta escoria de la corrupción masculina! Me caí de un coco. Los poderes judicial, legislativo, electoral y una parte del ejecutivo (nivel ministerios) hoy se han degenerado hasta el colmo en manos femeninas. Ahora dudo fuertemente sobre la conveniencia de que una dama llegue a la primera magistratura –perdóname, María Corina, aunque mucho te admiro- porque podría dejar de serlo.
Desgraciadamente esta falta de integridad y honradez no se limita a un grupo de indignas venezolanas. No me voy a referir a mujeres en altos desempeños políticos en el mundo, porque conocer la entraña de su mandato, en países extranjeros, está fuera de mi alcance y, por otra parte, algunas, al menos en lo que aparentemente veo, me inspiran admiración y respeto, aunque tenga con ellas divergencias ideológicas. Me interesa analizar otro estrato de actuaciones femeninas.
Me refiero a las traficantes del dolor. Dura expresión, pero no me cabe otra.
Mujeres que han sufrido pérdidas de seres queridos, persecución, falta de libertad y a lo mejor hasta torturas, no lo sé; sin embargo, cuando salen de esa pesadilla, no sólo se convierten en vedettes, sino que pierden la honestidad en el afán de lucrar con sus tragedias.
Tengo tres casos emblemáticos, uno se acaba de poner en evidencia en estos días y me ha hecho hasta gracia que un diario dijera que era un grande y nuevo descubrimiento, cuando muchos sabíamos, desde hace tiempo, los tejemanejes inescrupulosos de esta señora: Hebe Bonafini, la heroína jefe de las famosas mujeres de la Plaza de Mayo, que denunciaron el horror de la desaparición de sus hijos bajo la dictadura argentina. Esta doña se dedicó a pasear por el mundo su pena y, a propósito de ella, a recibir homenajes, elogios, transporte en lujosas limosinas y prebendas. Ahora se destapa el negocito: del dinero recibido para construir viviendas para los pobres, una buena parte lo repartió en beneficio propio y de sus colaboradores allegados.
El segundo caso es el de una centroamericana Premio Nobel de la Paz: ¡Rigoberta Menchú! Hace tiempo Ibsen Martínez hizo una completa delación de la susodicha: sufrió, sí, la desaparición violenta de parte de su familia indígena guatemalteca. No se le niega que la pasó mal, pero parece que no tanto y una parte de su tragedia la inventó. Eso sí, no ha escatima- do pasear también por el mundo su dolor y recibir, como la Bonafini, toda clase de reconocimientos y favores, ¡hasta ese premio de la Academia sueca! ¿Les parece poco?
El último caso: Ingrid Betancourt. Nos conmovió su retrato en la selva, pelo largo, rostro triste y pocas carnes. El mundo entero se movió para su libe- ración. Lograda ésta, apareció nutrida y bien compuesta, para iniciar el paseo triunfal, recibir homenajes y dedicarse sin pudor a una cierta dolce vita. Amen de pretender altos pagos por su aparición en foros.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Se valora tu opinión, pero siempre respeta a todos los demás. Cualquier ofensa y/o comentarios de tipo troll serán eliminados.