El mendigo que pintó a Dios (BBV, 131)
ADVERTENCIA: En el orden que estoy siguiendo en los comentarios de las biografías de “El Nacional”, me debería tocar la número 132 que fue dedicada a Luis Herrera Campins, pero lamentablemente no la consigo por ninguna parte, es por ello que sigo con la 131 que comentamos seguidamente.
“El Nacional ha decidido relatar la vida de un mendigo” fue lo primero que pensé al ver la portada de la biografía Nª 131 de la BBV (Biblioteca Biográfica Ven
ezolana). Lleno de curiosidad leí la contraportada y descubrí que Bárbaro Rivas fue un pintor, y al ver las fotos de sus lienzos pude descubrir que ya las había visto antes, y me atrajeron en ese entonces al igual que ahora por su peculiar belleza. Y ciertamente no me equivocaba con la primera impresión, porque la historia que nos cuenta Eddy Reyes Torres (un abogado con muchos cursos y experiencias en el área financiera, que es un enamorado del arte venezolano, fundador de la revista “BCVCultural” y que ha realizado varias biografías de pintores de nuestra tierra) trata de un indigente, hijo bastardo, alcohólico, analfabeta y amigo de personas con estas características (“gente de mal vivir”, señala el autor). Sin duda que los talentos no conocen de condición social, gracias a Dios.
El texto está dividido en dos partes: el primero dedicado a su vida
contada cronológicamente, y la segunda al análisis de su obra y una tabla que describe sus pinturas más relevantes.
Bábaro Rivas nació el 4 de diciembre de 1893 en Petare, capital del estado Miranda para esa época, y que era un pueblo separado de Caracas que quedaba por allá al oeste del valle donde empieza la actual y antigua parroquia La Candelaria. Fue hijo natural del boticario Prudencio García y Carmela Rivas. No recibió educación formal alguna, ni siquiera en su casa le enseñaron a leer y escribir, aunque sí aprendió algo que marcaría toda su vida: una fuerte piedad cristiano católica popular que inspirará la mayor parte de su pintura, la cual consideró siempre un mensaje de Dios.
A pesar de haber nacido en Petare, vivió en El Caruto, un barrio a las afueras del pueblo hasta que en 1907 comienza a trabajar en el ferrocarril y en tantos otros oficios como pintor de brocha gorda, albañil, etc. mientras lo dejara la adicción al alcohol. En la década de los veinte se estima que se inician sus primeras obras como “Paisaje de Baruta” y “
Jesús predicando en Jerusalén”. Se muda cerca del barrio El Calvario en Petare en 1929 a la muerte de su madre, y para 1937 lo despiden del ferrocarril al parecer por alcohólico probablemente. Acá se inicia un proceso de decadencia, en el cual la pintura y la fe le sirven como medios para su recuperación, aunque no de la bebida. En 1949 es descubierto accidentalmente por el crítico de arte: Francisco Da Antonio, al ver este una pintura de Rivas en una bolsa de papel, se trataba de “Jesús con los Apóstoles”. Pasaron 4 años hasta que después de mucho insistir por parte del crítico para que expusiera sus obras, y el pintor se recuperara de una larga crisis, que desde 1953 hasta 1959 se desarrollara los años que el biógrafo llama: “Tiempo de vacas gordas” por ser reconocido como uno de los más importantes pintores ingenuos de Venezuela.
“Los tiempos de vacas flacas” vendrán con una nueva recaída en el alcohol al perder su casa por un incendio en 1959. El Concejo Municipal de Petare le construyó una nueva vivienda y le dio asistencia económica, pero esto no lo ayudó a superar su depresión y alcoholismo que le llevarán a su muerte el 12 de marzo de 1967. En este último período su
pintura es menos colorida, aunque nunca abandonará sus temas religiosos y descriptivos de su entorno petareño. Desde su muerte, los reconocimientos y exposiciones no han cesado tanto en Venezuela como en el resto del mundo (Estados Unidos, Brasil, España).
No soy un experto en las artes, menos en la pintura; solo sé admirar la belleza en todas sus expresiones. Es por ello que les dejo un comentario del biógrafo que sintetiza el legado de nuestro Bárbaro Rivas:
“Logra realizar un obra pictórica que se inserta perfectamente dentro de la modernidad de nuestras artes plásticas, con un hilo conductor que lo conecta al viejo mundo, como heredero directo del arte paleocristiano, del bizantino, del barroco, y lo regresa a nuestra especificidad cultural latinoamericana claramente antecedido por el arte colonial de estas tierras.” (p. 93).
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