Transcribimos el artículo del historiador Manuel Caballero que publica todos los sábado en El Universal. El cual nos vuelve a recordar, la que es para el hisotriador, una de las características políticas del actual régimen: el ser un anacronismo. Por tanto lo llama "zombie", siguiendo sus palabras: "muertos que regresan de la tumba, sino todo lo contrario. Son vivos convertidos en muertos andantes". En nuestra opinión muchos han hablando del carácter decimonónico del chavismo, de "necrofilia ideológica" (Naim dixit), pero todo ello se puede resumir en ser expresión de un problema histórico que no hemos superado: el personalismo político. Personalismo que se apoya en el culto a Bolívar, a los héroes guerreros de nuestra historia, y otros mitos nacionales.
Para una historia de la necrofilia
¿Convertir al Libertador en un zombie?
A mediados del siglo XIV, el rey Pedro I de Portugal contrajo matrimonio con Doña Inés de Castro, quien había sido su amante durante varios años. Esto último hizo que ella fuese detestada en la Corte, donde al final se planeó y ejecutó su asesinato. Loco de rabia, el rey la hizo coronar después de muerta, y recibir, sentada en el trono, el besamanos de sus súbditos.
La necrofilia tiene pues, letras de nobleza. Por lo general, es obra de desquiciados: es Juana la Loca paseando por toda España el cadáver de su nunca bien llorado Felipe el Hermoso. Todo eso pareció irse extinguiendo desde el siglo XVIII con los recios golpes de la Ilustración. Vana ilusión: los regímenes personalistas y autoritarios del siglo XX reanudaron aquella irrisoria tradición. Fue, pese a las indignadas protestas de su viuda Nadezda Krupskaia, la momificación de Lenin en Rusia; y hoy la de Mao Zedong en China.
"Presidente eterno"
Colmo del ridículo, lo de un Kim Il Sung "presidente eterno" de Corea del Norte, ante cuyo cadáver los embajadores deben presentar sus credenciales. Joachim Fest, en su insuperada biografía de Hitler, señala la aceitada organización y pompa de los desfiles funerarios nazis, y su fracaso en organizar cualquiera que exaltase la vida. Y, en nuestro continente, no podemos olvidar a Perón emulando a Juana la Loca con el cadáver de Evita.
Por supuesto, alguien tan parejero como nuestro Héroe del Museo Militar no se podía dejar ganar esa batalla: tenía que pasar a la historia como nuestro primer profanador de tumbas. No seremos nosotros quienes vayamos a calificar sus ridiculeces, pues basta con lo que él mismo ha dicho. Al ver los huesos del Libertador, dijo sentir "una llamarada" (la misma que con "un tucutún y un acecío" dicen sentir los campesinos de Sabaneta al día siguiente de haber bañado generosamente sus tripas con ron del bueno, y no tan bueno). Confiesa haber llorado copiosamente; nada de extraño tendría que el Libertador haya gritado: "¡Ya el lloricón este me mojó!".
Política y brujería
Si todo lo que hace provoca risa, si hasta lo más solemne se le vuelve una payasada, si tiene, como en aquella canción de los sesenta, "cara de payaso, boca de payaso", no lo culpemos: "ese es su estilo" como dijo alguna vez el más lambiscón de sus cortesanos. Pero la cosa es seria: en la acción de estos carroñeros vestidos de batas blancas se combinan manipulación política, brujería e ignorancia.
Vayamos por partes. No es la primera vez que se abre el sarcófago del Libertador, ni será la última: una ley de cuya fecha no quiero acordarme, establece que cada veinticinco años debe hacerse, y según creo, bajo el primer gobierno de Caldera se hizo. Pero el Dr. Caldera era un hombre demasiado serio para meterse de lambucio en el Panteón y mucho menos a llorar con las famosas lágrimas de cocodrilo.
Ni tampoco hacerlo como parte de una suya campaña electoral. Porque aquí viene el otro elemento, el que combina política y brujería. El todo amasado con ignorancia.
Saquear la tumba de Bolívar
El que se haya buscado esta fecha para profanar (para saquear, hablando en plata) la tumba del Libertador no es casual: a todo el mundo se le revela con la mayor claridad que se quiere extraer el "pequeño cadáver de capitán valiente" para vestirlo con la franela y la boinacolorá de la felonía militar y ponerlo a echar discursos en los mítines del PUS, un partido desde cuyas siglas huele a podredumbre. Dicho en términos del vudú, para transformarlo en un zombie.
Se supone que esta sea una sugerencia de esos babalaos cubanos que se la pasan leyéndole al atarantado de Sabaneta los mensajes contenidos en los caracoles o en la borra del café traído de La Habana. Pero por lo visto estos fulanos babalaos son tan ignorantes como los egresados de una de esas universidades bolivarianas. Por lo tanto, desconocen un hecho simple, y es que el vudú no es una brujería, sino una religión tan respetable como cualquier otra. Y que como todas ellas, tiene lo que podría llamarse sus tradiciones. Y una de ellas, exagerada también por la ignorancia turística, es la creencia en los zombies.
Todo lo contrario
Según cierta creencia, los zombies serían muertos que se sacan de la tumba para ponerlos a ejercer los oficios más duros. No es raro que, fuera de Haití, haya gente que crea que en cada casa haitiana haya uno o varios zombies encargados de las tareas domésticas, sin descanso y por supuesto sin paga.
Pero la cosa es al revés, y le bastaba a estos babalaos analfabetas haber consultado Las diosas del Caribe de Michaelle Ascensio para darse cuenta de su error: los zombies no son muertos que regresan de la tumba, sino todo lo contrario. Son vivos convertidos en muertos andantes por haber cometido una falta contra la sociedad, porque han sido seres con la peor de las intenciones y de las actitudes: son perversos, buscapleitos, no soportan que haya entre la gente paz y armonía; ponen al amigo a pelear contra el amigo, el hermano contra el hermano, el marido contra la mujer y viceversa: sólo pueden ser felices con la infelicidad de los demás.
¡Que Dios nos libre de un zombie! Entre otras cosas, porque ya nos basta con el que tenemos. Sin duda que ha sido una perdedera de tiempo ir a buscar un zombie en el Panteón. ¿Para qué más?
hemeze@cantv.net
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