Teodoro Petkoff
ONCE AÑOS PERDIDOS
Según el Banco Central, 95% de las divisas que recibe el país por exportaciones proviene del petróleo; el resto de la economía sólo produce el 5% de los dólares. En 1998, el petróleo nos proporcionó el 68% de las divisas y el resto de la economía el 32%.
Once años de chacumbelato han significado un salto atrás de proporciones colosales. Dependemos del petróleo como nunca antes. Esto es lo que llevó a distintos voceros del gobierno, incluyendo al propio Presidente, a descubrir el agua tibia, declarando enfáticamente, hace algunas semanas, que somos un “país rentista” y que el gran desafío que se plantea ante el gobierno es el de superar el “rentismo”.
Lo dicen con la cara dura de quien pareciera ser ajeno al problema, como si no fuera la política económica del gobierno la que ha empeorado dramáticamente nuestra condición rentista.
El rentismo se ha transformado, bajo Chacumbele, en una serpiente que se muerde la cola. La enorme renta petrolera no es utilizada para superarlo sino para alimentarlo. Más renta, más rentismo, más gasto improductivo.
La renta petrolera, en algunos países, como Noruega u Holanda, financia el crecimiento económico no petrolero, a través de fondos que represan la mayor parte del ingreso, impidiendo, al mismo tiempo, que su inyección al torrente monetario provoque el “efectoVenezuela”: dificultar la producción “endógena” y las exportaciones, al mismo tiempo que abarata y favorece fantásticamente las importaciones. Por este lado estamos quebrados.
El aparato productivo privado y el público están en la lona, casi noqueado el primero, tanto por la sobrevaluación de la moneda como por la concepción ideológica que lo considera “enemigo” y lo condena a una vida vegetativa; severamente lastimado el segundo por la incapacidad y la corrupción, con su producción por el suelo y sus exportaciones también. Chacumbele no combate el rentismo sino que lo propicia. Ha sido su principal promotor.
El gobierno se jacta, sin embargo, de que esos ingresos han permitido mejorar los indicadores sociales, lo cual le sirve de excusa para hacerse el loco ante su fracaso en la economía y en la construcción de infraestructura.
Hete aquí, sin embargo, que el Instituto Nacional de Estadísticas nos informa ahora el horror de que el 20% de la población más rica del país capta el 47,5% de la riqueza nacional, en tanto que al 20% más pobre sólo llega el 5,9%. Adicionalmente, nos hace saber que la desigualdad social se ha acentuado en 18 estados, con índices muy graves en los tradicionalmente más pobres.
Un consuelo de tontos sugiere que, pese a esto, la pobreza ha disminuido y que somos menos desiguales que otros países del continente. Que la pobreza crítica disminuyó fue verdad hasta 2008. Habría que ver qué ha pasado en 2009 y 2010, con el descenso económico y el incremento del desempleo y del trabajo informal.
Que seamos menos desiguales que muy pocos otros, tal vez, pero después de once años de “revolución” ese es un premio de consolación bien melancólico. La desigualdad existente hoy, después de once años de Chacumbele, lo acusa ante la historia. Once años perdidos.
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