Artículos de opinión de los historiadores
Les dejo acá el artículo semanal del historiador Manuel Caballero que publica todos los domingos en El Universal. El subrayado es nuestro. Y luego está el artículo de Carlos Canache Mata.
Los militares en el 18 de octubre
El contradictorio legado militar del 18 de octubre
A partir de 1928 (de la conspiración del 7 de abril para ser más precisos) comenzaron a crecer en el vientre de la sociedad venezolana, las dos fuerzas que emergerán el 18 de octubre de 1945, y cuya alianza o disenso van a marcar la historia del poder social y estatal hasta el final del siglo: el ejército y el partido político. Ver las cosas así permite proponer una periodización diferente a las tradicionales, para las cuales el 18 de octubre de 1945 se inaugura lo que algunos tienden a llamar el "trienio", tratando de evitar decirle "revolución" como sus partidarios, "pronunciamiento" o "golpe" como sus enemigos. Se trata de un falso dilema, pues son dos aspectos inseparables de una lucha por el poder: el dominio militar y el dominio civil. Cuya primera fase no se detiene, como se suele decir, el 24 de noviembre de 1948, con el derrocamiento de Rómulo Gallegos, sino el 23 de enero de 1958.
Una cosa es el 18, otra el 19 E incluso si el análisis se limita al trienio 1945-1948, una cosa es el suceso del 18 de octubre, y otra el proceso que arrancó desde esa fecha.
Pero en estas notas se hablará de lo primero. O sea, de lo que sirve de asiento a los gobiernos en todo el siglo XX, y en especial, después de la muerte de Gómez: la fuerza armada. En los años cuarenta, esa institución va a entrar en crisis. Cuando se emplea esta última palabra, se suele ligarla a una situación catastrófica. Este no es siempre el caso. La institución armada, en el momento en que llega a su cumbre, esto es, cuando se le asoma la posibilidad de dominar como tal el más importante poder del Estado, se divide y propicia el crecimiento de otra institución que en adelante le hará contrapeso: el partido político. Hasta 1945, los partidos políticos han logrado conquistar su legalidad, pero no su aceptación social y nacional.
Todavía se les suele demonizar, asimilándolos a los partidos armados del siglo XIX y por supuesto, sacando de su contexto la frase del Libertador en su lecho de muerte. "Independencia" y militarismo.
En general, los que exaltan la "independencia" de partidos como una virtud y casi la virtud política por excelencia, lo hacen como una exaltación de quienes son independientes por profesión, o sea los militares; de los representantes de la unidad nacional frente a quienes -su propio nombre ("partido") lo dice- representan la división. Al buscar alianza con el partido político, los militares desafían ese prejuicio: el partido político entrará así a la aceptación nacional (y de paso al Gobierno) de la mano de la institución militar. Será la institución armada quien "presentará en sociedad" a la otra institución rival o por lo menos que le servirá en delante de contrapeso, el partido político.
Al decir que el dominio de la institución armada llega a su cumbre, no se está aludiendo al 18 de octubre de 1945, sino al 5 de mayo de 1941. O sea, cuando Isaías Medina Angarita tome posesión de la Presidencia. Porque él será el primer militar de escuela que llegue a Miraflores. Todo lo contrario.
Así, lo que los conspiradores militares del 18 de octubre (e incluso los del 24 de noviembre de 1948) van a lograr no es que las Fuerzas Armadas tomen el control de los poderes del Estado, sino todo lo contrario. Porque aquí va a tener lugar una de esas paradojas que no lo son en política. Aquellos sectores conservadores que andan -por lo menos en el caso venezolano- siempre a la busca de una "solución independiente" eufemismo por "solución militar"; toman al Ejército como símbolo de la "Patria y de la Unión" frente a la labor disolvente de los partidos, armados en el siglo XIX, desarmados en el siglo XX.
Pero en octubre de 1945, se dio un caso especialísimo que, visto con el lente de estos adoradores del "independiente" podría considerarse un hara-kiri: cuando los jóvenes oficiales insurjan contra el gobierno del presidente general Medina Angarita, van a buscar el apoyo, no de civiles aislados que le acompañen en la aventura. Ni tampoco para que sirvan de "flor en el ojal" para adornar sus manifiestos y dar forma a sus leyes y decretos. El número singular.
No: los militares buscarán al partido político. Mis desocupados lectores habrán advertido el número singular. "Acción Democrática" lo es por varias razones. En primer lugar, es un partido que se está formando en la calle, en la oposición legal, no un apéndice burocrático como ese que algún insensato quiso llamar "Partido de Partidarios de la Política del Gobierno". En segundo lugar, porque a su cabeza se encuentra un hombre a quien la lección del leninismo le ha aprovechado más que a nadie: que no puede haber transformación del país sin toma del poder y no hay toma del poder sin formar un partido político homogéneo en lo doctrinal, centralizado en lo organizativo e implantado en todo el territorio del país. Lo será en lo inmediato, porque entre 1945 y 1948, "Acción Democrática" va a ser en la práctica un partido único; y más tarde el modelo para los demás partidos.
El "legado militar" del 18 de octubre será así bastante contradictorio: los conspiradores, buscando afirmar el poder del Ejército, echan abajo la posibilidad ya en acto, de esa afirmación.
El Ejército perderá con eso su condición institucional hegemónica y casi única, porque harán entrar en liza al partido político, el cual sobre todo después de 1958, les servirá de contrapeso, haciendo la fuerza de ese sistema, y de la Constitución de 1961 la más longeva de nuestra historia. hemeze@cantv.net
Una interpretación del 18 de octubre
Carlos Canache Mata
En la motivación central del 18 de octubre de 1945 se encuentra la negativa de recurrir a una reforma constitucional que estableciera el sufragio universal, directo y secreto para afrontar el problema —entonces planteado—de la sucesión presidencial.
Creo que la negativa durante la década post-gomecista a atender aquella aspiración nacional se debió, al menos en apreciable medida, a que todavía el régimen no se había deslastrado de las prédicas del positivismo que sirvieron de soporte doctrinario a la dictadura desaparecida en diciembre de 1935. Como sabemos, sus teóricos criollos —Laureano Vallenilla Lanz, Pedro Manuel Arcaya, José Gil Fortoul, César Zumeta—sostenían que por razones geográficas, étnicas, culturales, sociales, de tradición histórica, etc, las leyes de desarrollo para la sociedad venezolana determinaban que ésta tendría que evolucionar por etapas, pasando del César necesario, que garantiza “el orden”, a la vida democrática y libre, avanzando hacia “el progreso”. Vallenilla, escribió en su obra “Cesarismo Democrático” que “reclamar, como lo quiere la democracia, la igualdad de facultades jurídicas no es proclamar la igualdad de facultades reales”. Y, por eso, hablaba de “constituciones de papel” y “constituciones efectivas”.
Afirmaciones hechas por los dos presidentes que sucedieron a Gómez avalan la creencia de que en sus mentes, y en la de sus asesores más influyentes, quedaban reminiscencias positivistas y que la hora del sufragio universal y directo para elegir al Presidente de la República todavía no había llegado.
López Contreras, en su último Mensaje al Congreso Nacional el 19 de abril de 1941, manifestó su esperaza de que “lograremos llegar en un día no lejando a conquistas más amplias, en primer término a la instauración del voto directo para la elección del Primer Magistrado Nacional”. Es evidente el tufillo positivista.
Isaías Medina, en su libro “Cuatro años de democracia”, publicado después de su muerte, al referirse a la reforma constitucional de 1945, que negó el voto popular y directo para elegir el Presidente de la República, escribió que había que avanzar “sin precipitaciones” y sólo adelantar algunas decisiones (elección directa de los diputados al Congreso y el voto de la mujer limitado a los Concejos Municipales) que “nos dieran con su ejercicio la práctica y experiencias necesarias para llegar a la plenitud de nuestras aspiraciones”, lo que ratifica en líneas posteriores al decir que “cada etapa marcaba un paso seguro hacia nuestra perfección democrática”. De nuevo, el tufillo positivista.
Si con anterioridad se hubiera establecido la elección presidencial por sufragio universal y directo, tal como lo reclamaba Acción Democrática, la Revolución de Octubre de 1945 no se hubiera producido. Mario Briceño Iragorry nos revela, en uno de sus libros, que el 14 de junio de 1945 el presidente Medina le declaró: “Te juro que no tendré en mi vida días y horas suficientes para arrepentirme de no haber estado el año pasado con quienes me recomendaban la reforma constitucional en el sentido de hacer popular la elección del presidente”. A confesión de parte…
canachemata@hotmail.com
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