Tulio Hernández: Tiempos grises
Pertenezco a una generación que tuvo la suerte de tener la posibilidad de conocer aquí en Caracas, en las salas del Museo de Arte Contemporáneo, en los tiempos de Sofía Imber, muestras antológicas y representativas de la obra de Henry Moore, Roger Bacon, Juan Félix Sánchez, el legendario artista popular merideño, o Bárbaro Rivas, su equivalente de Petare. Entre muchos otros.
De presenciar, gracias al Festival Internacional de Teatro, considerado en su tiempo uno de los mejores del mundo, las puestas en escena de Peter Brook, el Piccolo Teatro de Milán, las innovaciones del grupo Rajatabla o el TET, las puestas en escena de Tadeusz Kantor y Kazuo Ono, las revoluciones callejeras del Bread and Puppet o Els Joglars.
De adquirir, a precios casi regalados, los textos clave de la literatura venezolana en una colección popular, El Dorado, de la Editorial Monte Ávila, y de presenciar cómo a través de una biblioteca única en el mundo, la Ayacucho, Venezuela se convertía en el país que ponía orden y facilitaba la interpretación de la literatura latinoamericana. Desde Bolívar y Neruda hasta Rodó, José Estacio Rivera, el Inca Gracilazo de la Vega, pasando por Martí, Asturias, Gallegos, Mariátegui, Cortázar, fueron reunidos en una colección valorada y celebrada en todo el mundo.
Además, nos correspondió, en plena adolescencia, presenciar cómo los venezolanos veían por primera vez su propia imagen en la pantalla grande de las salas comerciales, hasta entonces reservadas al cine de Hollywood. En un solo año, en 1975, gracias a la política de financiamiento desarrollada por el gobierno de Carlos Andrés Pérez, se inició la producción de nueve largometrajes de ficción entre los que destacan Compañero Augusto, Fiebre, Canción mansa para un pueblo bravo y Crónica de un subversivo latinoamericano. Se iniciaba así, con un todavía titubeante respaldo oficial, que luego se institucionalizó a través de Foncine y más tarde del Cenac, lo que se dio por llamar el primer boom del Nuevo Cine Nacional. Años después nos dábamos el lujo de derrotar en las taquillas a Superman con una producción venezolana, Macu, la mujer del policía de Solveig Hoogesteijn.
Igual fuimos testigos de la manera prodigiosa como en un país en donde el acceso a la formación musical académica era privilegio o posibilidad de muy pocos surgía de la mano del maestro José Antonio Abreu el Sistema Nacional de Orquestas Infantiles y Juveniles, que vino a ofrecer a niños y jóvenes de los más diversos estratos sociales la posibilidad de aprender a leer música, ejecutar un instrumento y formar parte de orquestas en un sistema que hoy en día es celebrado en todo el planeta como uno de los más grandes logros en ejecución de políticas culturales públicas democratizadoras.
También vivimos el interés por estudiar, reivindicar y divulgar la cultura popular tradicional en institutos como el INAF o el Ccpit, a lo que hay que añadir el importante papel jugado por instituciones privadas como la Fundación Bigott, en cuyos talleres se formaron muchos de los grandes intérpretes del presente. O, en un país en donde las dictaduras previas despreciaban la lectura, la posibilidad que se abrió a partir de la década de 1960, gracias al acierto que significó la creación de la red de Bibliotecas Públicas impulsada con pasión por Virginia Betancourt.
Podría seguir enumerando, pero el espacio se termina.
Ahora que el Gobierno desaloja al Ateneo de Caracas de su sede, y para que tengamos instrumentos para evaluar el presente, sólo quería que recordáramos que Venezuela con muchas tareas pendientes, es verdad fue uno de los países de vanguardia en América Latina en lo que a la intervención del Estado en la promoción de la cultura y las artes se refiere.
Ahora llegó el bulldozer de la cúpula cívico-militar que nos gobierna, llevándose todo a su paso, empobreciendo la institucionalidad construida y convirtiendo la gestión cultural del Estado en un aparato proselitista puesto al servicio no del “pueblo”, como argumentan sus voceros, sino del proyecto ideológico centralista, presidencialista, militarista y de pensamiento único que hoy avanza amenazadoramente contra la democracia y la diversidad.
El Nacional
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