Artículos de opinión de los historiadores
Les dejo acá el artículo semanal del historiador Elías Pino Iturrieta que publica todos los sábados en El Universal. El subrayado es nuestro.
La barbarie vitalicia como posibilidad
Pretender la permanencia vitalicia remite al advenimiento de una situación de barbarie
En mi trabajo de escribidor he procurado alejarme del término barbarie para explicar situaciones o personajes de la historia. He considerado a ese vocablo como resultado de un prejuicio sobre la aptitud de unas sociedades a las cuales quiere imponerse una vacuna de compostura para aprobar el examen de virtudes que les permita acceder a la fiesta de la civilización occidental. Salida de la pluma de Sarmiento, de Gallegos o de muchos de nuestros positivistas, la expresión me ha parecido una simplificación de maestros presuntuosos en un aula que no merecen. Hoy, sin embargo, ante la arremetida del chavismo contra un modo de convivencia labrado a través de los siglos, estoy en el trance de cambiar de opinión. Especialmente ahora, cuando la pretensión de quienes insurgen contra una cohabitación lograda a costa de inmensos sacrificios, pretende convertirse en permanencia a través del atajo de una enmienda constitucional.
Después de incontables esfuerzos que datan de los inicios de la historia republicana, Venezuela logró un acuerdo en torno a las formas de vivir, a la aceptación de regulaciones compartidas por la mayoría y dispuestas desde una racionalidad, a las maneras de subsistir y de ascender en la vida, a la existencia de dioses y demonios, a un entendimiento de la rutina que no fue consecuencia de una imposición sino de una evolución convertida en hecho concreto cuando mediaba ya el siglo XX. De allí que se fuera formando una sensibilidad que puede estimarse como producto de una civilización fabricada a cuentagotas, de acuerdo con los requerimientos de sus integrantes y con la fidelidad a unos principios sugeridos por los fundadores de la nacionalidad. Sujeta a perfección y aun a cambios de gran calado, esa suerte de civilización hecha de acuerdo con las solicitaciones del entorno nos ha convertido en un conglomerado que ha logrado sus metas y puede aproximarse a otras partiendo de la valoración de sus antecedentes.
Pero, cuando la alternativa de una transformación depende del capricho de un solo individuo a quien no distingue una historia capaz de presentarlo como algo diferente a un sujeto corriente, ni la posesión de un pensamiento susceptible de considerarse como tal, ni la existencia de un plan en el cual quepa la mayoría de los gobernados, ni la comprensión del mundo que le rodea, ni siquiera una mínima prenda de civismo o de sacrificio que lo conecte con los logros esenciales de la sociedad, es evidente que no podemos hablar de una mutación sino de la proximidad de un abismo del cual difícilmente se pueda salir debido a que marca la ruta de un fracaso colectivo, de la negación de lo que hemos hecho como pueblo para entrar en una insondable oscurana. Que tal individuo sea el accidente de una década puede tener explicación y remedio, pero que pretenda permanencia vitalicia remite al advenimiento de una situación de barbarie.
La palabra suena mal, quizá parezca concepto del pasado remoto, pero basta con mirar el paisaje para sentirla como una realidad. Está en los insultos del mandón contra los estudiantes, en la lluvia de lacrimógenas y en la proliferación de patrañas con las cuales ha respondido a sus reclamos. También se palpa en la invasión de las áreas universitarias con armas de fuego, se expresa a través de las amenazas contra la Nunciatura Apostólica, marcha sin embozo a atacar una celebración pacífica de Bandera Roja y a calumniar a los directivos del Ateneo de Caracas, forma parte de las transmisiones del canal 8 dedicadas a la calumnia impune, muestra sus colmillos en las trabas puestas a los gobiernos regionales de oposición que no pueden ejercer sus funciones debido a la resistencia de bandas de forajidos. Pero, en especial, está metida en el pellejo de un mandón cuya última ocurrencia ha sido la de anunciarse, sin argumentos que lo respalden, simplemente por el volumen de sus gritos, como sinónimo de patria y patriotismo. Dado que cualquier punto de vista debe sustentarse en testimonios concretos, y como no se señalan ahora episodios pasajeros sino conductas recurrentes, se puede asegurar que, si no existe ahora una barbarie como la condenada por los autores clásicos, estamos ante un fenómeno que se le parece como gota de agua.
El desafío consiste en detenerla antes de que se meta en los huesos de la sociedad, antes de que sea el cáncer que consuma una historia que ha costado mucho. La oposición a la reelección indefinida en un lenitivo al alcance de la mano, por ahora y entre otros.
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