por Ángel E. Álvarez, autor invitado *
Las elecciones también dejan unas buenas lecciones:
Primera lección: los venezolanos siguen apostando por la democracia electoral. Por más que le quiten el nombre en la Constitución y en las leyes, y ya casi nadie en la izquierda radical quiera acordarse de ella por su remoto origen burgués, la democracia liberal, la representativa, sigue siendo un instrumento fundamental para el protagonismo popular. Las fórmulas de acción directa, el golpismo, la fantasía de que algún día los “marines“ vengan como a Panamá a llevarse preso al Presidente, o que se enfrentarán a los rusos en la segunda batalla naval de Maracaibo, o que las guerrillas los humillarían, al estilo asimétrico de Vietnam, si se atreviesen… todos esos cuentos no pasan de ser delirios, pesadilla para algunos, dulce sueño para otros, pero delirios al fin. Los venezolanos, sin aspavientos, están buscando y hallando su camino pacífico y electoral para dirimir sus diferencias y reconstruir la democracia. El camino ha sido y será el de la vieja y burguesa (para no decir noble) democracia liberal —sí, lo sé, el término liberal no es políticamente correcto en la América Latina de hoy, pero les digo que eso es sólo una moda y pasará como otras tantas mientras la fórmula liberal perdura. A este respecto, contrasta lo sucedido en Venezuela con los recientes eventos que tristemente ensombrecen las recientes elecciones locales de Nicaragua. Pero aun en la Nicaragua de hoy, la democracia liberal ha prevalido desde la transición. Al final, de nuevo prevalecerá.
Segunda lección: los partidos estúpido, los partidos… El dos veces ex-presidente Rafael Caldera, en 1993, le hizo un enorme daño al país (uno en una larga lista): inauguró con éxito electoral la retórica anti-partido en la que cabalgó Chávez por una década —antes de decidirse a construir su monolito al socialismo. El daño perdura. Muchos todavía creen que la competencia electoral eficiente y, más aún, la democracia, es posible sin partidos. Estas elecciones muestran que, del lado del gobierno, existe un partido —tal vez en ciernes aún, con pocas posibilidades por ahora de ponerle límites al poder unipersonal del líder máximo de cuyo carisma aún depende, pero partido al fin que en el largo plazo se consolidará. Los pequeños aliados, grupos menores, micro-cosmos caudillistas, casi desaparecieron. Lo mismo del lado opuesto. Queda claro que, sin la presencia de partidos fuertes, los opositores no tienen éxito. Donde ganaron es donde los partidos han invertido tiempo y recursos para construir redes que conecten a los ciudadanos y movilicen a los votantes. No sólo de mass media se vive en política.
Tercera: Los disidentes juegan un papel importantísimo en términos políticos. No fueron aplastados como interpreta Chávez. Perdieron las gobernaciones que controlaban, es cierto, pero además de mostrar que la aparente hegemonía del PSUV y de Chávez no se traduce en completa unanimidad y sumisión —es decir, el chavismo no es una suma de “focas amaestradas” como dicen algunos opositores, sino un fenómeno complejo, con matices internos que desde fuera, torpemente, a veces no se quieren ver. Un simple ejemplo del que la oposición tiene que aprender: con un poco más de confianza y diálogo, y de nuevo partidos fuertes, la oposición extrema, por cierto, representada por un disidente de segunda generación no hubiese impedido el triunfo de los disidentes de tercera generación en Barinas —la primera generación de desafectos, dicho sea de paso, fue la del MAS.
Cuarta: Chávez necesita la reelección indefinida y va intentar buscarla, no quepa duda, pese a los resultados numéricamente adversos en regiones claves. La necesita para la continuación de su proyecto, como declara. Pero también por otras razones que no tan evidentes, pero igualmente importantes o más. Una razón es que no se puede permitir la implosión de su movimiento. Chávez ha fallado o no ha querido construir un partido fuerte y autónomo. Por el contrario, su partido está hecho a imagen y semejanza del personalismo político del comandante supremo. Sin Chávez como candidato, la guerra de tendencias y de ambiciones antes de la elección y peor aún después de la derrota, si ocurriese, llevaría a una implosión del chavismo que pondría su futuro en aprietos. Cosa peor sería para ese partido que el caudillo faltara de forma más prolongada. Y eso podría ocurrir y, en ese sentido, la otra (y confesa) preocupación de Chávez es que, de perder la elección, “vayan por él.” Y probable que vayan. Hay muchas cosas que aclarar, como por ejemplo, para mencionar un par de detalles: primero, que paso en el 11 y, peor, el 13 de abril, en materia de derechos humanos y, segundo, con cuánta transparencia se ha administrado la hacienda pública. En fin, hay gente con cuentas por cobrar y, al menos de que como ha ocurrido en otras transiciones —incluyendo la que Chávez protagonizó en 1999— se produzca un acuerdo previo entre las fuerzas políticas, alguien intentará cobrarlas. Pero mejor que tener que negociar ese acuerdo, lo cual ahora mismo no estaría fácil, Chávez prefiere la prolongación de su mandato para garantizar su propia seguridad. Así que, aún arriesgándose a perderlo, la estrategia dominante en el juego de Chávez es intentar prolongar su permanencia en el cargo.
Quinta, y más importante lección: “No fear.” Los venezolanos perdieron el miedo. Pese a las amenazas de tanques en la calle, las armas de motorizados y peatones encapuchados, las listas del pasado que no sé si fueron enterradas o aún se usan, los augurios (que a veces parecen deseos) de violencia y confrontación, los venezolanos no tuvieron miedo y fueron a votar. Por Chávez, contra Chávez, por sus candidatos a gobernador, alcalde o representante ante la legislatura regional, por la razón que quiera usted añadir, la gente fue y votó. Eso amerita más dulce de lechoza.
(*) Ángel E. Álvarez es Director del Instituto de Estudios Políticos de la Universidad Central de Venezuela.
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