RECOMENDADO PARA ESTUDIANTES COMO GRATA NARRACIÓN DE NUESTRA HISTORIA
TEMAS: VENEZUELA HISPANA (O COLONIAL).
EL SUBRAYADO ES NUESTRO.
(Venezuela desde 1498 hasta 2008)
I
El Paraíso Partido
(Venezuela antes de la Independencia)
Ciudad por Cárcel
Cerca de cuarenta años después de la fundación de Caracas, entre 1606 y 1611, al Noroeste de la Plaza Mayor, o sea en la esquina Noreste de la manzana que hoy se identifica por las esquinas de Principal, Conde, Monjas y Capitolio, estaba la casa del gobernador Sancho de Alquiza, cuyo nombre, un tanto deformado, subsiste como toponímico en el viejo camino de los españoles, en lo que fue su finca personal, que hoy es una zona llamada Sanchorquiz, cerca de donde estuvieron los almacenes de la Guipuzcoana. La casa del gobernador Sancho de Alquiza (Clemente Travieso, Carmen, Op. Cit., p. 40) era una de esas en las que se reunían los capitulares por “no aver casas de cabildo". Sanchorquiz fue un gobernante duro, que por cuestiones de impuestos o de contrabando puso tras las rejas a más de un poderoso, lo cual, por no haber tampoco cárcel, se cumplía en la vivienda del gobernador. De manera que no tiene nada de raro que en donde estuvo su casa se haya hecho después una cárcel. Ni que la ciudad que gobernó como ciudad la convirtiera en cárcel. Pero eso fue mucho después. Alquiza salió de Santiago de León de Caracas en 1611, luego fue gobernador y capitán general de Cuba, en donde murió como un cascarrabias, de un ataque de ira, en 1619 (Sucre, Luis Alberto, Op. Cit., pp. 106-107).
Es de notar que al terminar el gobierno de Alquiza, dos tercios de la población de Caracas ya no estaban en el antiguo valle de los toromaynas, en buena parte por el alegado despotismo y la evidente rigidez del gobernador, que además de combatir la herejía y el contrabando, se empeñó, entre otras cosas, en cobrar altísimos tributos a los encomenderos que no tuvieran confirmados sus títulos de propiedad que, mutatis mutandi, tal como ahora, seguramente eran mayoría; como se empeñó en combatir la evasión de impuestos, la morosidad en las deudas con el fisco y, en general, todo lo que desde entonces hasta ahora ha sido normal entre conquistadores y empresarios por igual, a su partida debe haber habido un colectivo suspiro de alivio entre el tercio de la población que se quedó en Caracas, aunque Alquiza, luego de haber hecho ahorcar a un infeliz que comerció con piratas, solicitó al rey un perdón general para los que habían practicado el “comercio ilícito” (20 de julio de 1606), porque, de no hacerse así, se despoblaría del todo Caracas, dijo. No dijo, en cambio, que su severidad y su incapacidad para entender el alma colectiva de los habitantes de la pequeña ciudad que ya la estaban despoblando. El perdón fue concedido en 1607. No es extrañar, pues, que los caraqueños de entonces le tomaran ojeriza a la casa en donde vivió aquel personaje odioso y odiado, que, entre otras lindezas, inventó un impuesto para los negros y mestizos que no debe haberlo hecho muy popular, ni siquiera entre los blancos.a construcción de la Cárcel Real en terrenos de la casa del gobernador Sanchorquiz, casa que como buena parte de las caraqueñas fue derrumbada por la madre tierra el 11 de junio de 1641, debe haberse iniciado a fines de ese siglo XVII, probablemente en 1693 ó 1694, en tiempos en los que ya España había perdido su inmenso poder y había dado paso a Francia, que se había convertido en la potencia emergente que dominaba casi toda la porción del mundo que durante mucho tiempo España había dominado. La decadencia del Imperio no sólo se notaba en sus problemas con Cataluña, sino que se reflejaba abiertamente en la América española. El terreno fue comprado por el gobernador Diego Jiménez de Enziso, que fue destituido en 1692, a los herederos de don Antonio de Tovar. Por parte del gobernador Enziso negoció la compraventa el Regidor Bartolomé de Soto (Núñez, Enrique Bernardo, Op. Cit., p. 19). Posiblemente Enziso hiciera allí una primera Cárcel Real, en tanto que la segunda y definitiva fue levantada por don Francisco de Berrotarán, Marqués del Valle de Santiago, que debió enfrentar la situación creada por el desgobierno de sus antecesores, Jiménez de Enziso y Diego Bartolomé Bravo de Anaya. Además de los efectos de un par de epidemias, una de vómito negro y otra de viruelas, que entró a la ciudad traída por un esclavo y se propagó (en julio de 1692) desde la Cárcel Real. Es probable que por ello Berrotarán hiciera una nueva, que es el mismo edificio actual, muy modificado, de la Casa Amarilla.
La autoridad colonial, tal como ahora, estaba ligada fuertemente a la idea de represión. Decir cárcel, entonces, significaba, inevitablemente, tortura, potro, deshumanización y tiniebla. Según Carmen Clemente Travieso, la Cárcel Real gozaba “la fama de haber sido teatro de escenas terribles. Corrían las voces de que en sus sótanos existían cadenas atadas a las paredes las cuales sostenían a los presos por los puños siempre de pie, hasta que morían por inanición y hambre. También corría la noticia o leyenda de que habían sido tapiados muchos patriotas bajo sus pisos en sitios donde no cabía un hombre de pie” (Clemente Travieso, Carmen, Op. Cit., p. 40). Es la imagen tétrica que uno tiene de las cárceles en tiempos de la Inquisición o de los piratas. O del novelesco Conde de Montecristo por las películas de Hollywood y sus imitaciones televisivas. Así como por los museos históricos europeos, que han acentuado hasta lo indecible esa percepción. Aunque en verdad no está muy lejos de lo que ocurre en las cárceles de muchos sitios en la actualidad, y no solamente de los países en los que imperan regímenes totalitarios, sino, por desgracia, de muchas repúblicas que se precian de su democracia. Como Venezuela, que ha construido centros penitenciarios que en teoría son modernísimos, diseñados por arquitectos, en los que, por lo menos en el papel, ha habido la intención de que los reclusos tengan oportunidades de reconstruir sus vidas y no de perderlas en el ocio de las paredes manchadas de olvido. Sólo que, como en muchas otras materias, hay un divorcio entre la teoría y la práctica.
Eso sería lo que sugeriría a los pobladores de Caracas la esquina de Principal desde 1696, cuando ya estaba funcionando allí la Cárcel Real, durante el gobierno de don Francisco Berrotarán, hasta que en tiempos de Páez se tornara en casa de gobierno. Luego, en los de Guzmán Blanco se refaccionó el edificio y se le disimuló el elemento arquitectónico español, para convertirlo en la Casa Amarilla, que es como hoy se le llama, luego de que los sucesos del 19 de abril de 1810 le dieran una luminosidad que hasta entonces no había conocido. De acuerdo al régimen de castas existente entonces en nuestras tierras, la Cárcel Real estaba destinada a los blancos, no a los pardos ni a los negros ni a los indios, que tenían otros centros de reclusión peores aún que el de la futura Casa Amarilla. A veces pasaban por ella hombres no pertenecientes a la clase de los blancos, pero era solamente mientras los ubicaban en los centros destinados a los de su casta. La Cárcel Real era para blancos, criollos o peninsulares, especialmente aquellos cuyos delitos fueran civiles o políticos, de manera que aun cuando su régimen era terrible, lo era menos que los de las llamadas Casas de Corrección. Y aún así, son muchas las noticias sobre torturas y muertes violentas que corrían por las calles empedradas de Caracas en relación a la Cárcel Real. Quién sabe cuántos sueños quedaron entre tinieblas, tapiados a cal y canto. Quién sabe cuántos hombres desdichados, mientras Cervantes al otro lado de la mar océana escribía su Quijote, imaginaban escenas que nunca salieron de las piedras manchadas de gritos. Don Miguel tuvo la fortuna de estar (y quedarse) en el lado augusto de la mar océana, y no me refiero solamente a que se quedó en una tierra que a la larga sería mucho más desarrollada y por eso mismo más grata para vivir que la que quiso conocer y poblar, sino al hecho de que, por quedarse, pudo convertirse en la más grande figura de las letras de todos los tiempos, el símbolo eterno de la literatura, el paradigma de los hombres de letras, rivalizado apenas por un inglés que también se quedó en el viejo continente, o por un italiano que ya había vivido y muerto mucho tiempo antes que esos dos que tuvieron la ocurrencia de morir en la misma fecha, aunque no en el mismo día.Recluidos estuvieron, además de perseguidos de cualquier índole, gobernadores, funcionarios de alta jerarquía, presos de alcurnia y peso social. Así también podría escribirse buena parte de la historia de Caracas, de Venezuela y hasta de la América humana.Entre los primeros encarcelados de la Colonia (aunque no en la Cárcel Real, que no existía aún, sino en la casa del gobernador) estuvo, como vimos el famoso Vizcaíno don Simón de Bolívar (1532-1612), fundador de su linaje en Venezuela, que terminó encerrado por el severo Sanchorquiz, según narra Luis Alberto Sucre (Sucre. Luis Alberto, Op. Cit., p. 101). De ser verdad, podría estar en esa remota prisión una de las causas de la rebeldía de su descendiente, el Libertador, contra la injusticia española de su tiempo en América. Don Diego de Portales y Meneses, conflictivo gobernador y capitán general de la provincia de Venezuela entre 1721 y 1728 sí llevó sus huesos a las mazmorras de la esquina de Principal con toda seguridad, y no una, sino dos veces. Sucedió Portales en su cargo a un personaje cuya combinación de nombres haría temblar o reír a cualquier venezolano de hoy medianamente informado: Marcos de Betancourt y Castro (aún cuando en realidad su apellido era Bethencourt), canario de nación, que por haber hecho una donación de 10.000 pesos al rey Felipe V fue recompensado con el cargo de gobernador y capitán general de Venezuela, a condición de que esperara hasta 1716, año en el que terminaría el “período” de don José Francisco Cañas y Merino, un extraño personaje, depravado y libertino, que puede ser considerado precursor del general Cipriano Castro, pues de él se dice que robaba niñas, seducía o violaba doncellas y cometía toda clase de tropelías, por lo que los regidores enviaron al rey un expediente y lograron que fuera finalmente depuesto en 1714 (Sucre, Luis Alberto, Op. Cit., pp. 207-213), fecha en la cual, pasando por alto el compromiso con don Marcos, se nombró gobernador Interino a Alberto Bertodano y Navarra; Cañas y Merino murió en Madrid, y Betancourt se negó a esperar más, se vino a Venezuela y tomó posesión de su recompensa el 4 de julio de 1716, luego de un accidentado viaje en el que tuvo que desembarcar en Chuao (actual estado Aragua) y viajar a caballo hasta Caracas. Desde el inicio de su gestión, Betancourt y Castro proclamó que se opondría al contrabando, no sabemos si para monopolizarlo él, pues eso de comprar el cargo no debe haber sido por el honor de ejercerlo, y desde el comienzo, también, tuvo todo tipo de dificultades. Encomendó a su paisano, don Diego de Matos Montañés, el cargo de Juez de Comisos y Cabo de Guerra, con amplísimas atribuciones para atacar de raíz el “trato ilícito". La actuación de Matos generó todo tipo de enfrentamientos, cuya conclusión fue el intento de asesinato de José Sigala, secretario de Matos, en Guanare, en donde parecería que hasta el cura se dedicaba al matute y Matos pretendía hacer valer su autoridad para castigar en forma ejemplar a don Juan Ortiz, persona muy apreciada por los guanareños. Hubo un pleito sin remedio entre Matos, que representaba la autoridad del gobernador, y el Ayuntamiento. Intervino el gobernador y ordenó el arresto de los “principales cabecillas del alboroto", orden que no se cumplió. El Virreinato de Nueva Granada ordenó entonces a don Marcos de Betancourt y Castro que se inhibiera en el pleito entre Matos y los alcaldes guanareños y envió a los Jueces de Comisión a don Pedro de Olavarriaga y Urquieta, que por los nombres debe haber sido vasco hasta los tuétanos y más adentro, y a don Pedro Martín de Beato, que a pesar del apellido debe haber sido cualquier cosa menos santo. Ambos decidieron arrestar a los alcaldes y embargarles los bienes, pero los alcaldes ya lo tenían previsto y opusieron a las medidas una sentencia de la Audiencia de Santo Domingo en la que se ordenaba al gobernador y “a cualesquiera otros juezes que lo pretendan” que se inhibieran de conocer la causa. Era un enfrentamiento entre el poder municipal y la gobernación, por una parte, y entre la gobernación y el poder judicial, por la otra. Los alcaldes no fueron castigados y, al poco tiempo, don Diego de Matos Montañés enfrentó serias acusaciones, según las cuales atacaba a los contrabandistas para poder “ejercerlo él solo". Fue depuesto y preso por Betancourt y Castro, pero logró escaparse y llegar a Bogotá, en donde acusó a su acusador de lo mismo de lo que a él lo acusaban, y logró que Jorge de Villalonga, Virrey de Santa Fe, ordenara la destitución del gobernador y que lo sustituyera don Antonio José Álvarez de Abreu, quien en el pleito, consultado por Betancourt, más bien había favorecido a Matos. Allí se creó un nuevo problema, pues el Ayuntamiento de Caracas no aceptó la designación de Álvarez de Abreu valiéndose de una real cédula que les daba derecho a que los alcaldes suplieran al gobernador en caso de ausencia. Betancourt y Castro se defendió con éxito de las acusaciones que le hacían, y a su vez acusó a Matos, Olavarriaga y Beato de ser ellos los que favorecían el contrabando. Es entonces cuando interviene el Consejo de Indias, que decide en favor de los alcaldes ordinarios, pero también les ordena que entreguen el gobierno a Diego Portales y Meneses para que, como nuevo gobernador y capitán general, a su vez, le siga juicio de residencia a Marcos Betancourt y Castro no sin antes ponerlo en libertad. Los enredos políticos del Siglo XVIII, como se ve, eran tan complicados como los del XX o el XXI. Se encargaron de la gobernación Antonio Blanco Infante, uno de los antepasados de Simón Bolívar, y Mateo Gedler, otro de los antepasados de Simón Bolívar, a quienes sucedieron Alejandro Blanco y Villegas, también antepasado de Simón Bolívar, y Juan de Bolívar y Villegas, antepasado de Bolívar (Sucre, Luis Alberto, Op. Cit. pp. 219-218). Portales y Meneses lo primero que hace es enfrentarse al Virrey de Santa Fe por el lío de Betancourt y Castro, y lo segundo es desconocer el derecho de los alcaldes de gobernar en su ausencia e imponer al Obispo Juan José Escalona y Calatayud como gobernador interino, lo cual es apelado ante el rey, quien por real cédula les da la razón a los alcaldes. La pequeña ciudad está claramente dividida en dos bandos: En uno están el gobernador, el obispo y algunos regidores, y en el otro los alcaldes y los demás regidores, acompañados por la nobleza local. Era ya claro el enfrentamiento entre los españoles peninsulares y los españoles de Indias, entre cuyos descendientes se formará el partido de los independistas, republicanos y revolucionarios. Es entonces cuando empieza el sistema dicotómico que más o menos se ha seguido usando hasta ahora: Godos y liberales, socialcristianos y socialdemócratas, fascistoides pseudo socialistas y demócratas, unos y otros. Don Diego Portales llevó su celo partidista al extremo de entorpecer de manera evidente la acción de un Juez de Residencia y de una comisión enviada por el gobierno virreinal. El partido de los alcaldes y los nobles criollos se lo hizo saber al Virrey de Santa Fe, que con toda energía resolvió la cuestión contra Portales, en marzo de 1723, y lo depositó entre las paredes de la Cárcel Real, de donde saldrá liberado y repuesto en su cargo por intercesión directa del Obispo Escalona y Calatayud ante Su Majestad el Rey. Eran los tiempos de Felipe V (el primero de los Borbones, nacido en Versailles en 1683, que le debía muchísimo al clero), y poco debía interesarle al monarca lo que sucediera en una provincia tan desvalida como lo era la de Venezuela, sobre todo si consideramos que su gobierno estaba en medio de tormentas que abarcaba Europa entera. Entre las dos prisiones de Portales, el rey abdicó en favor de su hijo mayor, que murió pocos meses después, por lo que el rey volvió al trono, seguramente con menos deseos de ocuparse de Venezuela, en donde su gobernador y capitán general, luego de salir de la Cárcel Real, se había dedicado a vengarse de los que consideraba culpables de su encierro. Sus abusos fueron tales, que la Audiencia de Santa Fe ordenó su segunda prisión el 24 de febrero de 1724. Apenas cinco días estuvo encerrado, pues se fugó y se escondió en el Seminario, inicialmente, y luego en el Palacio Episcopal. La oscura y lejana provincia de Venezuela da pruebas de que en ella la anarquía tiene alientos, cuando el enfrentamiento entre el cabildo y los nobles criollos, por una parte, y el gobernador, el Arzobispo y los blancos peninsulares, por la otra, está a punto de generar una verdadera guerra civil. Su Majestad el Rey, a instancias del Obispo, ordena por real cédula (septiembre de 1725) que Portales, que había huido de Caracas después de refugiarse en el Convento de San Francisco, regrese de Ocumare y reasuma el gobierno, en el que permanece desde julio de 1726 hasta junio de 1728.
Pero hay que aclarar que en el tiempo en que Portales (y el Obispo Escalona) gobernaron la provincia, no todo fue intriga ni todo fue negación. Ambos hicieron cosas muy buenas para la ciudad y para el país. Le dejaron a Venezuela su Universidad de Caracas, que con el tiempo se convertiría en la Universidad Central de Venezuela, y se enfrentaron, aunque sin mayor éxito, al monopolio del comercio por parte de la Compañía Guipuzcoana, monopolio que se veía favorecido por sus enemigos, los del cabildo. Esa oposición del gobernador Portales y el Obispo Escalona bien podría ser la semilla del nacionalismo venezolano, en curiosa contradicción con el porvenir, puesto que los descendientes de sus enemigos estarán mucho más próximos a ellos que los descendientes de sus amigos. Poco tiempo después se produciría, contra el monopolio económico de la Guipuzcoana la Rebelión de Andresote (el zambo Andrés López del Rosario), en Yaracuy, y unos veinte años después, por la misma razón, se produciría el movimiento de Juan Francisco de León, que también sería uno de los precursores de la gesta independentista venezolana aunque en las mentes de ellos no hubiera ni sombra de una idea similar (Sucre. Luis Alberto, Op. Cit., pp. 229-237).A Portales lo sucedió en el mando Lope Carrillo de Andrade Sotomayor y Pimentel, hombre de nombre tan largo como cortas sus ejecutorias. Encontró una ciudad golpeada y amansada, un Ayuntamiento compuesto por hombres que en más de una ocasión fueron a tener a la Cárcel Real y que, ido Portales, no querían más guerra. Pero la guerra se les vino sola, y al poco tiempo el gobernador, a causa de unas sombrillas, agredió al clero y al Ayuntamiento a la vez. Fue demasiado, y con todo el largo de su nombre terminó encerrado en la Cárcel de El Principal, de la cual escapó, casi se diría que en cumplimiento de lo que comenzaba a ser una especie de tradición entre los gobernantes de Venezuela, para refugiarse en el Convento de las Mercedes y morir sin demasiada gloria y algo de pena (Sucre, Luis Alberto, Op. Cit., pp .243-244).
Es probable que el sucesor de Lope Carrillo etcétera, Sebastián García de la Torre (gobernador y capitán general de Venezuela entre 1730 y 1732) también haya conocido como prisionero las mazmorras de la Cárcel Real de Caracas, aunque se refugió (como Portales) en el Convento de San Francisco, cuando fue depuesto luego de haber sido acusado de varios delitos, entre ellos el de lenidad con el contrabando, si bien le había tocado enfrentar la Rebelión de Andresote, que era contrabandista. Su problema verdadero es que trató de enfrentar con energía los abusos de la Guipuzcoana, pero no contaba con el poder suficiente en Madrid para hacerlo, y la Guipuzcoana se convirtió en juez y parte, envió a Martín de Lardizábal, que no podía ser más guipuzcoano, como Pesquisidor, y, por supuesto, el gobernador hubo de apelar a las armas del venado. No se conocen documentos del juicio, salvo la real cédula del 2 de octubre de 1735 lo obligó a regresar a España, virtualmente preso en un barco de la Compañía Guipuzcoana, aunque se le recomendaba al capitán que “tenga para con él y con su familia todas las condiciones que merece por su calidad y rango” (Sucre, Luis Alberto, Op. Cit., p. 248).Sin que nadie lo supiera, la suerte estaba echada.
Desde el domingo 11 de mayo de 2008, cada domingo, se publicará, capítulo por capítulo, uno por semana, “El Paraíso burlado”, de Eduardo Casanova, que consta de tres libros: “El Paraíso partido”, “El Paraíso en llamas” y “El Paraíso desperdiciado”, y narra las peripecias de Venezuela, desde la prehistoria hasta nuestros días. La obra consta de 108 capítulos: 31 “El Paraíso partido", 38 “El Paraíso en llamas” y 39 “El Paraíso desperdiciado". “El Paraíso partido” cubre desde la prehistoria hasta le Independencia, “El Paraíso en llamas” narra la Guerra de Independencia y “El Paraíso desperdiciado” comprende desde la separación de Venezuela de la Gran Colombia hasta la actualidad.
Capítulos Publicados:
El Paraíso Partido(Venezuela antes de la Independencia)
Ciudad por Cárcel
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