Artículo de opinión de los historiadores venezolanos
Camino al Bicentenario
Simón Alberto CONSALVI
ND / El Nacional
Un día de cólera
No es historia, no es novela. Participa, sin embargo, de la una y de la otra. Es historia porque Arturo Pérez Reverte fatigó archivos y documentos militares y civiles, españoles y franceses para escribir Un día de cóle ra, (Alfaguara, 2008). Sería temerario sostener que es historia, como temerario negarlo. Digamos sin especular y sin rendir demasiada escrupulosidad a esas palabras (importantes, no hay duda) algo que es evidente. Se trata de una historia, de la historia de un día, contada por un novelista.
Un día de cólera tiene toda la fascinación de las novelas y toda la verosimilitud de las historias. Deja discretamente al lector la prerrogativa de deslindar los límites entre lo real y lo inventado, "y cotejar los aspectos históricamente probados con los muchos puntos oscuros que, 200 años después de la jornada del 2 de Mayo, todavía discuten historiadores y expertos militares". Arturo Pérez Reverte ha referido estos episodios de la rebelión del pueblo de Madrid como no se había hecho antes. Los protagonistas no fueron los grandes políticos, generales o banqueros.
Quienes entonces se levantaron contra las tropas napoleónicas permanecieron ocultos durante dos siglos en archivos e informes secretos. Ahora reaparecen con sus nombres propios y sus iras, su violencia rencorosa, matándole los caballos a los soldados franceses con navajas y puñales. Navajas contra sables. O sea, haciéndose matar, simplemente, por su rey. Uno de ellos es el cerrajero Blas Molina Soriano que conoce la manera de abrir el Parque de Artillería de Monteleón, mientras la gente airada, clama: ¡Armas, armas! Y tendrá armas, y correrá la sangre francesa y española por unos monarcas que no valen la pena. Pero en el fondo no eran los monarcas, sino España y, por España, habrá guerra contra el invasor de 1808 a 1814. Así fue el levantamiento del pueblo madrileño, no de los príncipes, ni de los generales que permanecieron enclaustrados en sus palacios viendo (desde lejos) la masacre que iba recorriendo la ciudad como una serpiente infernal.
Los héroes de mayor coraje fueron, no obstante, los capitanes Luis Daoíz y Pedro Velarde, disidentes de sus mandos, enardecidos junto a la gente. Muertos en la batalla ciega. Cuando uno piensa en el 2 de Mayo de 1808 la imaginación nos remite al óleo singular de Goya sobre el día después del levantamiento de Madrid. "Los fusilamientos del 3 de Mayo". Registra los implacables castigos llevados a cabo por el ejército invasor de Bonaparte, las iras y los miedos del general Murat. Un día verdaderamente de cólera, protagonizado por los únicos que pueden desatar la cólera colectiva, la gente del común, enloquecida por la impotencia.
Ya estaban en Bayona, como rehenes de Napoleón, el rey Carlos IV y su mujer la reina María Luisa, casquivana y adúltera, y el hijo de ambos, el rey Fernando VII. Noticias de otros "traslados", como el del infante Francisco de Paula, van enardeciendo a la gente. "Siete de la mañana y ocho grados en los termómetros de Madrid, escala Réaumur". A partir de esa hora la temperatura (de la gente) comienza a encenderse hasta llegar a la demencia y el desenfreno. Un día de cólera registra lo que sucede en Madrid a cada hora, en cada lugar. En la Puerta del Sol se congregan 10.000 personas mediando la mañana. Pérez Reverte retrata a uno de los protagonistas más relevantes del 2 de Mayo y de la época: "Desde el ventanal de su casa, en el número 15 de la calle de Valverde, esquina a Desengaño, Francisco de Goya y Lucientes, aragonés de 62 años de edad, miembro de la Academia de San Fernando y pintor de la Real Casa con 50.000 reales de renta, lo mira todo con expresión adusta". Goya dibuja un escorzo premonitorio; así lo cuenta el novelista: "A su espalda, entre lápices, carboncillos y difuminos, sobre la mesita donde suele trabajar en sus apuntes aprovechando la claridad del amplio ventanal, está el esbozo de algo iniciado esta mañana cuando la luz era todavía gris: un dibujo a lápiz donde se ve a un hombre desgarrado, arrodillado y con los brazos en cruz, rodeado de sombras que lo cercan como fantasmas de una pesadilla. Y al margen de la hoja, con su letra fuerte, indiscutible, Goya ha escrito unas palabras: Tristes presentimientos de lo que ha de acontecer".
Los venezolanos no se enteraron de aquellos sucesos de 1808 sino mucho después. No obstante, también fueron leales al rey Fernando. Cuando unos delegados franceses llegaron a Caracas, según cuenta Caracciolo Parra Pérez en Ba yona y la política de Napoleón en América, tuvieron que huir secretamente porque iban a ser linchados por la gente común. Cólera, como en Madrid.
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