El libro posee un “Prefacio” de Marco Palacios (p. 7-10), una “Introducción” de los compiladores (p. 13-17), y los escritos de “Apertura” y “Epílogo” ya descritos anteriormente; y ordena un conjunto de ponencias en tres áreas temáticas, las cuales son las siguientes: I. “Mitos fundacionales” (5 ponencias referidas a la “justificación de los procesos históricos de largo alcance”, en especial la independencia, pp. 45-160); II. “Tradiciones inventadas” (6 ponencias referidas al paso del mito a la tradición, pp. 163-278; III. “Ficciones democráticas” (5 ponencias referidas a la justificación de una acción política del presente en el mito del pasado, creando a su vez una nueva ficción que describe un futuro de esperanzas, pp. 281-388).
En la primera parte “Mitos fundacionales”, tenemos los escritos de un francés de la Universidad de Marne-la-Vallée (Francia) (Georges Lomné: “un mito neoclásico: “El siglo de oro de los Borbones”, en Santafé de Bogotá (1795-1804)”, pp. 45-64); tres venezolanos de las siguientes universidades de su país natal: Universidad Simón Bolívar, Universidad Central de Venezuela, y Universidad de los Andes (Carole Leal Curiel: “El 19 de abril de 1810: La “mascarada de Fernando” como fecha fundacional de la Independencia de Venezuela”, pp. 65-91; Graciela Soriano: “Formas del curso de la historia en Venezuela: ¿Historia con sentido o “juego de la oca”?”, pp. 93-109; Luís Ricardo Dávila: “Momentos fundacionales del imaginario democrático venezolano”, pp. 129-160) y; un colombiano de la Universidad Nacional de Colombia (Francisco Gutiérrez Sanín: “¿Todo tiempo pasado fue mejor? Apuntes sobre nostalgia republicana en Colombia contemporánea”, pp. 111-127).
Es difícil conseguir un grupo de ideas unificadoras en los textos antes citados, que vayan más allá de los mitos que se desarrollaron en torno a la creación de las repúblicas o las democracias, tanto en la etapa de la independencia como en la de construcción de las democracias modernas respectivamente. A pesar de ello consideramos que las siguiente podría acercarse, nos referimos a la comprensión del mito fundacional en las repúblicas andinas (en especial en Venezuela y Colombia) como una fuerte nostalgia por el pasado (“todo tiempo pasado fue mejor”), por ser este el momento que representó en nuestra historia una “edad de oro” donde las “virtudes republicanas” se expresaron de manera prístina: martirio y sacrificio de todo una colectividad para implantar los bienes supremos (la independencia, las libertades públicas e individuales, la democracia, igualdad y la felicidad), en medio de una fuerte unidad nacional. Después de ese momento sólo hemos conocido decadencia; aunque la edad de oro independentista quizás sólo ha tenido un renacer en la lucha por la democracia en el siglo XX lo cual tratan de explicar los escritos de Gutiérrez y Dávila; y por tanto, además, existe un renacer a su vez con las luchas revolucionarias e igualitarias que representa el “bolivarianismo” de Chávez y sus movimientos “paralelos” en la región.
En la segunda parte “Tradiciones inventadas” se desarrolla; no tanto el mito que nace de una exageración de un hecho histórico pero que siempre posee algún grado de “verosimilitud historicista”, sino una tradición que es fundada por el historiador mediante su interpretación del pasado, y que con el tiempo se va fortaleciendo y logrando popularidad (haciéndose tradición). Están los escritos de una investigadora ecuatoriana de la Asociación de Historia Económica Andina (Ecuador) (Tamara Estupiñán V.: “La manipulación del ‘tirano’ llamado Rumiñahui: Una imagen historiográfica negativa en el largo plazo”, pp. 163-190); una estudiosa francesa de la Universidad de Montpellier (Francia) (Jean-Marie Lemogodeuc: “Un mito de identidad: el indigenismo en Perú”, pp.191-202); tres colombianos, de la Universidad de Antioquía (Colombia) la primera, y de la Universidad de Marne-la-Vallée (Francia) lso otros dos (Patricia Londoño Vega: “La identidad regional de los antioqueños: un mito que se renueva”, pp. 203-230; Fréderic Martínez: “La nación y su pasado: miradas cruzadas entre Colombia y Venezuela”, pp. 231-253; Eduardo Posada Carbó: “Colombia en Cesarismo democrático”, pp. 255-267); y un venezolano de la Universidad Católica Andrés Bello (Elías Pino Iturrieta: “El mito del ‘hombre fuerte y bueno’. Ideas para un estudio que puede matar a Gómez”, pp. 269-278).
En esta parte se explica como la historiografía ha forjado una identidad andina (que posiblemente pueda extenderse a toda Iberoamérica y que responde a la necesidad de todo pueblo por autoafirmarse) en la que somos simultáneamente buenos y violentos; es la virtud del hombre valiente cuyo valor se expresa en la guerra, la jefatura de los hombres y, en menor grado la lucha contra las adversidades o el logro de una empresa. Es así como nuestras sociedades nacieron según los cronistas oficiales de la conquista violenta, del valor hispano del cual nos habla Tamara Estupiñán al referirse al mito de Rumiñahui (un número pequeño de conquistadores españoles contra grandes masas de indígenas, en los que triunfan los primeros por su supremacía cualitativa), o del valor indígena según los cronistas (Bartolomé de las Casas) o historiadores (o políticos) indigenistas del siglo XX y promotores de la “leyenda negra hispana” (explicado por Jean-Marie Lemogodeuc). Hoy en día, ambas tradiciones se fusionan en el mito del “indómito pueblo” del que habla Carole Leal Curiel (pág. 87). Los mitos en torno a las identidades nacionales y regionales (la colombiana y venezolana son estudiadas por Fredéric Martínez y Eduardo Posada, y la antioqueña por Patricia Londoño). Elías Pino iturrieta (y Patricia Londoño en cierta forma) resalta el papel de la historiografía positivista en la invención de la tradición del “hombre fuerte y bueno”, violencia y virtud una vez más unidas; pero en este caso (el ejemplo es Juan Vicente Gómez) en el proceso civilizador. Las “tradiciones inventadas” representan ficciones que no soportan el análisis historiográfico pero que posiblemente expresan una realidad: la de nuestras carencias políticas.
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