martes, octubre 13, 2020

Historiador venezolano Jorge Bracho: “Los europeos inventaron América”

 

Jorge Bracho: “Los europeos inventaron América”

Cuando se cumplen 528 años del encuentro de dos mundos, el historiador reflexiona sobre América y sus contrastes. Cuestiona el debate invasión versus descubrimiento: América es una invención europea producto del azar

Jesús Piñero

12 de octubre de 2020 12:46 pm

 

Ni descubierta, ni invadida. América es una invención de Europa. Con este planteamiento el historiador mexicano Edmundo O’Gorman cuestionaba la obsolescencia de la historiografía mexicana sobre el tema, en un libro con el mismo nombre, publicado en 1958. El estudio desechaba la visión del descubrimiento de América, señalando que, cuando Cristóbal Colón partió de Puerto de Palos, el 3 de agosto de 1492, no lo hizo con intención de dirigirse hacia América porque no existía. América es una construcción de Europa, pues quienes habitaban ese territorio no lo concebían como tal, como la idea que vino después.

Una idea que tomó forma gracias al azar: en 1507 se publicó el primer mapa del continente; y, aunque ya se le denominaba de América, el nombre sólo se refería a su sección meridional, a la América del Sur. La autoría del trabajo recayó en Martin Waldseemüller, un cartógrafo que, al publicar los escritos de Américo Vespucci, lo creyó el descubridor de estas tierras. Tres décadas y un año después, en 1538, otro cartógrafo, Gerardus Mercator, publicó un mapamundi en el que incluyó la parte septentrional del continente americano. Así empezó a diseñarse una construcción que, 5 centurias más tarde, es un concepto ambiguo.

La ambigüedad americana es notable. Por ejemplo, los estadounidenses se denominan a sí mismos como americanos, pese a que el gentilicio agrupa a los otros 34 países que hoy conforman el continente. La cuestión se complica más cuando pensamos en América Latina como concepto, pues, si bien lo latino pareciera evocar a la lengua, Canadá no se encuentra incluido y allí el francés figura como una de las lenguas oficiales. Pasa lo contrario con Belice que, aunque su idioma oficial es el inglés, sí aparece incluido en algunas versiones del continente. Y es que definir a Latinoamérica no es fácil, entre los países hay diferencias sustanciales, más allá de las generalizaciones sobre sus habitantes.

“El otro occidente”, así se refirió a la región el historiador italiano Marcello Carmagnani, porque el subcontinente se ha mantenido al margen del desarrollo de otros confines, hijos también de la civilización occidental. Así nació el discurso de la inconformidad, el del espejo enterrado como lo llamó Carlos Fuentes: nos sentimos occidentales hasta que vemos el desarrollo de Europa y de Estados Unidos.

El historiador Jorge Bracho, doctor en Cultura y Arte Para América Latina y El Caribe por la Universidad Pedagógica Experimental Libertador (UPEL), donde es profesor titular jubilado, reflexiona sobre América y sus contrastes, a la luz de los 528 años que se cumplen hoy de aquel suceso que cambió el mundo.


Foto: Daniel Hernández

—El debate descubrimiento versus invasión parece seguir vigente, a pesar de que una cosa no niega la otra. Usted qué dice, ¿descubrimiento o invasión?

—Sí, exacto, una cosa no niega la otra. Yo, honestamente, creo que eso fue una invasión. Claro, ¿cuáles son los nombres que se le dieron posteriormente? Descubrimiento porque fue la perspectiva del europeo. Pero también vale la perspectiva de quienes estaban aquí. El historiador búlgaro Tzvetan Todorov escribió un libro llamado Nosotros y los otros donde dijo eso: que además de una invasión fue un descubrimiento. La que cosa es que aquí a uno le exigen que eso fue así, una invasión nada más porque sí, porque si no, no amas a tu país o a tu continente. Hay historiadores serios que lo plantean. Por ejemplo, Marcello Carmagnani tiene un libro que se llama El otro occidente: América Latina desde la invasión europea hasta la globalización, donde dice eso, que fue una invasión. Y después vino la colonización, la conquista y la evangelización. Es más, el historiador Edmundo O’Gorman alude a una metáfora, la de invención de América, porque fue así. Los europeos inventaron América. Ellos fueron los que la reconocieron como tal, como el continente que reconocemos hoy. Una invención.

—Claro, es una invención en el sentido de que las personas que habitaban este territorio no lo concebían así, como es concebido desde del siglo XVI.

—Exactamente, porque es que fue como lo concibieron ellos, porque en esa época, inclusive, la asociaban con las generaciones de Noé: Asia con Sem, Europa es Jafet y África es Cam. Esas eran las referencias que se tenían. Cuando Cristóbal Colón se topó con estas tierras, dijo que el mundo era como una teta de mujer, como una pera, como el paraíso terrenal. Eso demuestra que es una invención europea. Él vio en estos espacios territoriales una virginidad perdida, aunque Colón exageró en algunas cosas para poder volver. Así lo hicieron también Américo Vespucci y Alonso de Ojeda, exageraron sobre los recursos. Sólo que Vespucci se dio cuenta de que esto era un mundo nuevo y no las Indias.

—Ese reconocimiento hecho por Américo Vespucci, ¿fue lo que le concedió su nombre al territorio? Porque Colón, aunque llegó primero, figura después.

—Sí, pero fue obra de la casualidad. Hay tesis que dicen que Vespucci fue un malvado que le robó a Colón su descubrimiento, pero él no tuvo nada que ver con eso. El primero que difundió en el mundo el nombre de América, y que dijo que había sido obra de Américo, fue Martin Waldseemüller, un cartógrafo trasladado a Saint-Dié (actual Francia), donde un duque había comprado una imprenta. Él era un hombre especialista en griego y en latín, de hecho, su apellido es una creación de él mismo. Entonces, allá decidieron publicar los escritos de Ptolomeo, pero también les llegaron los escritos de Vespucci, de quien pensaron que era el descubridor de América. Fue, entonces, cuando se le colocó el nombre con el género femenino, tal como existían los otros tres. Él lo dio a conocer en 1507, con la publicación de la Introducción a la cosmografía, que eran escritos de Vespucci con una introducción de Waldseemüller. Quien determinó esto fue Alejandro de Humboldt. Él concluyó que el nombre fue producto de una casualidad, del azar.

 

—Y evocamos mucho a ese azar. ¿Por qué Latinoamérica sigue enfrascada en ese tema? Es muy recurrente volver al pasado y hablar de la invasión.

—Hay un libro de Hannah Arendt que se llama Entre el pasado y el futuro. Ella decía allí que en el mundo moderno se empezaron a reduplicar cosas de la época romana. Una de esas tuvo que ver con el momento fundacional, que debe tener hitos creíbles, en este caso, la imagen del indígena. A través de ella se intenta convencer de que fue una invasión y todo eso. Es esa imagen del indígena sometido por la Corona española lo que sirve como idea de emancipación. Y eso no es nuevo, en 1825 se reeditó el libro de José de Oviedo y Baños precisamente por eso. Lo que pasa es que hay usos de la historia. El pasado se utiliza para justificar tiempos actuales. Eso es común dentro de los conflictos políticos que existen dentro de las comunidades nacionales. Eso se ha utilizado bastante para hablar realmente si fue o no un descubrimiento que, para los europeos, sí lo fue.

—Precisamente, no es nuevo. A finales del siglo XIX, cuando se cumplieron 400 años del hecho, hubo una reconciliación con España por el mestizaje.

—Sí, porque eso tiene que ver también con los sectores sociales y quienes lo están defendiendo. Antes se tenía considerado que el indigenismo era mucho más fuerte por la presencia fenomenológica, que era lo que se veía a simple vista, por eso empezaron hacerlo los peruanos y mexicanos: José Carlos Mariátegui y José Vasconcelos, por ejemplo. Eso de la América indoespañola. En Venezuela también hubo voces que evocaban ese tipo de cosas. Al igual que el negrismo brasileño y antillano. Pero, después, la mayoría de los letrados y publicistas de esa época, por el tema del cuarto centenario de la invasión, empezaron a decir que no, que era parte del mestizaje. La cosa es que hoy la palabra mestizaje es denigratoria.

—¿Por qué es denigratoria la palabra mestizaje?

—Porque ahora hablan de afrodescendencia y la idea primigenia de mestizaje tiene que ver con lo indígena y con lo blanco nada más. Lo que pasa es que utilizan al humillado a través de la afrodescendencia, pero eso lo que hace es excluir porque ellos piensan que el problema de la afrodescendencia tiene que ver solamente con el fenotipo, con el color de la piel y no es así. En uno de los libros de la Colección Bicentenario, fuerzan muchas cosas, mezclan a Simón Bolívar con la afrodescendencia, sólo porque Bolívar llegó a decir que hasta los mismos españoles eran africanos. Pero ellos no lo manejan en ese sentido, ellos lo utilizan desde la negritud, desde el negro esclavo, para legitimarse con el pasado. Intentan decir que en Venezuela hubo una discriminación racial como la hubo en Estados Unidos, y no, eso es muy distinto. Eso, en la región, ha sido un problema más social que racial. Los conflictos no se miden por los hechos brutos, sino por las elaboraciones conceptuales de imaginación de representaciones del otro. Pero es así como se justifican situaciones. Y eso lo hacen con la figura del indígena.

—El mestizaje permite, tal vez, definir a América Latina, que es un concepto ambiguo, construido desde afuera, porque desde dentro la realidad es otra.

—Sí, América Latina es un concepto ambiguo que surge en el siglo XIX. Fueron los latinoamericanos que estaban en París y en Madrid quienes forjaron ese concepto. Un concepto que España no aceptó con facilidad, porque para ellos era la América hispana. Otra cosa que fomentó eso fueron los orígenes que no estaban nada más entre los indígenas sino también en el mundo occidental, entonces, a través de lo latino nos vinculamos a Occidente y nos incorporamos. Hubo situaciones en América Latina que derivaron cada vez más en mayor diferenciación con la América septentrional o anglosajona. Usted se pone a comparar a la América del Sur con la América del Norte en el siglo XIX, y estaban a la par: había conflictos similares. Sólo que eso empezó a diferenciarse a partir de la segunda mitad de ese siglo. Un hito fue la Guerra hispano-estadounidense, donde España fue derrotada. Entonces, ese discurso sobre la mala madre empieza a cambiar e inicia la reconciliación con ella, ahora es la madre patria.

—A pesar de ese contraste, primero con Europa y ahora con Estados Unidos, el latinoamericano persigue ese modelo de desarrollo, pero es inconforme. 

—Sí, es el espejo trizado, una metáfora que utiliza el sociólogo chileno José Joaquín Brunner, pero ya de eso había hablado Carlos Fuentes. Y eso lo dijo Bolívar en algún momento, se dio cuenta: la Carta de Jamaica te dice que nosotros no estábamos preparados para la independencia y el Manifiesto de Cartagena también te lo dice, que los acontecimientos en Europa aceleraron esta situación. Es sintomático que uno pueda ver esa idea en alguien que se tiene como un ícono de la nacionalidad. Y hay toda una literatura de finales del siglo XIX y principios del XX sobre eso: Rufino Blanco Fombona, Eduardo Blanco. Verte extraño ante la realidad, aunque nacieras acá. Ese discurso disconforme, descontento, el espejo trizado, está plasmado entre los positivistas, los llamados modernizadores, porque no se sentían a gusto con la realidad regional, por eso a mí me causa suspicacia cuando la gente habla de identidad y de venezolanidad. Mucha gente sigue creyendo que la identidad es algo sustantivo y no un uso. Son cortes de la realidad, eso tiene que ver con los gustos. Tú puedes decir lo que no te gusta de la historiografía, que nació vinculada a un proyecto excluyente, pero eso no significa que vas a exagerar e incluir a ciertos actores que no estuvieron presentes. No se puede porque hay todo un credo historiográfico que impide eso.

 

 

 

 

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